Feliz Navidad a todos!!!

Si bien es cierto que la magia del creer cada vez se aleja más de mi racional pensar, no puedo dejar de reconocer que yo también creí, y mucho. Y sí, este anciano rojo, de gorda contextura, por años fue el centro de mi existencia en la edad de la inocencia. En ella, un melódico "acuérdate de mí, me porto bien en casa, también en el jardín...", se convertía en un llamado a este ser de ensueños que tan solo invocándolo te podía traer toda la felicidad del mundo junto al regalo anhelado.

El viaje a la niñez es un trayecto lejano, pero al alcanzar imaginariamente su tiempo, se produce indefectiblemente un reencuentro con esta figura obesa, roja, de largas barbas nevadas. Símbolo de cómo a lo largo del tiempo dejamos de ser, de cómo mutamos, del ya no ser los de antes, pero aún, los de siempre. Porque quiera o no, el viejo pascuero es pertenencia, es tradición y por ello, por los recuerdos que me trae, sólo puedo desearle que ¡¡¡con ese traje no se muera tanto de calor!!!

Cuando somos niños

soñamos sin soñar.

Vivimos a raudal,

entre figuras imaginarias,

unas del bien, otras del mal.

Fantasmas, duendes,

viejos rojos, conejos con chocolates,

pululan por nuestro alrededor.

Se sientan en nuestra cama,

se esconden bajo el somier.

Cuántas noches de insomnio,

nos provocaron en el ayer.

Siempre con el corazón en la mano,

ya sea por el susto o por la dicha de verlos aparecer.

Hoy me siento a escribir por ellos,

estos trazos de palabras,

letras que sin días,

sin poesía, sin niñez,

no podrían hoy nacer.

Mi humilde homenaje al viejito pascuero, una figura que con el tiempo ha pasado a ser un sinónimo más del sistema capitalista imperante, mas hoy lo veré desde la inocencia.

...Ah viejo: a ver si te acuerdas de mí!!!